«Si levantásemos la mirada al andar, veríamos más». Eso mismo pensé ayer cuando regresando a casa del trabajo vi una bicicleta con unas flores mal puestas atrás. Y pensé, me encantaría conocer la historia de esta instantánea que acabo de subir a Instagram.
Andamos dormidos en la rutina y abducidos por el smartphone y así no tenemos tiempo de observar y analizar los pequeños detalles que nos rodean, y sin querer se nos pasan los saludos, las miradas, las sonrisas y hasta el bus que queríamos coger . La tarde se convierte en un suspiro sin disfrute, en una calada sin «colocón» o en un café sin sobremesa. Así, no.
Por eso hace ya tiempo me plantee eso de la jubilación anticipada, en un entorno rural, no muy lejos de la civilización y la raza humana (por no perder parte de los orígenes) con algún que otro perro y gato, un huerto y quizás una piscina. Pinta bien, pero mi otro yo me dice que estaré anclada de por vida a la ciudad, al smartphone y al ansia constante de seguir buscando caladas de aire fresco entre tanto humo.