Cuando estás lejos de casa piensas menos y lloras más. Cuando decides cambiar de país, piensas que estás «huyendo» y empezando algo realmente increíble. Cuando cambias, todo te entusiasma y te emociona. Todo es nuevo y todo te gusta. Empiezas algo que siempre quisiste hacer, te vuelves más fuerte, más sana y hasta ¡más optimista!
Cuando cambias de ciudad, trabajo u hogar, una parte de ti es menos suya y más tuya, pero con la esencia justa como para no querer olvidarte de lo bien o de lo que fue (de ti) allí.
Porque en el fondo, algo se revuelve por dentro cuando te vas. Sabes que podrás volver siempre que quieras, pero de otra forma; con menos sueños y más historias que contar. Por eso, cada vez que cumplimos años somos más conscientes de lo que hemos hecho y de lo que dejaremos atrás el día que queramos cambiar de ciudad, trabajo u hogar.