Aprendí a dar segundas oportunidades y contra todo pronóstico caer, aunque sea en la cuenta de que hay cosas que nunca dependerán de ti. Aprendí, que a veces hay que dejar ir, para que, si un día vuelve sea más sereno, pausado e indoloro. Aprendí a tolerar y no juzgar. Hacerme un escudo ante vibras raras e historias sin sentido. A que al miedo, no hay que juzgarlo, solo observarlo y dejarlo ir.
Aprendí a que te pueden querer en la distancia y que, a veces, brillamos tanto que dejamos luz en otros a pesar de los años, a pesar de los daños.
Aprendí a que las cosas no salen como tu quieres sino de la manera en la que extraes tu propia lección.
Aprendí a ser más flexible, más soluble y menos densa. A tolerar los grises y alejarme de los extremos. A defender mis valores, mis emociones y mi libertad de sentimientos aunque ello implicase ser más vulnerable y levantar un muro solo apto para valientes. Aprendí que la honestidad era un valor en alza en ellos y con el tiempo convertirlo en requisito fundamental.
Aprendí a ser pausada y liviana en mis objetivos. A no correr sin sentido y dejar que el tiempo me dé los motivos.
Aprendí a no obsesionarme, a conectar 7 minutos al día con el silencio, a leer sin prisa y dormir de día.
Aprendí que lo estipulado no es lo correcto. Que aunque arriesgues nos siempre ganas y que aunque quieras no siempre quieren. Aprendí demasiado en poco tiempo. Sin embargo, todavía tengo más tiempo para desarrollar lo aprendido y no caer en el olvido.