A veces creo que llego tarde a enamorarme. Sí, que entre las dinámicas que hay en las aplicaciones, reglas no escritas y tanta demanda de mercado, se me atraganta un poco coger el ritmo y las ganas. Y cuando lo cojo, por estadística, previsiblemente no vaya a nada. Ahí, mi amigo Chele tenía razón.
Vamos, que se hace casi milagroso conocer a alguien, sobre todo, el apostar por la exclusividad y el interés que a veces se dá. Y así pasa, que actualmente, se cansa, se cambia, se desgana en todo ese proceso de conocer, porque sabes que hay más donde elegir y así ser fiel a tu checklist de chica/chico ideal. Donde si hay una mínima grieta, sabes que es mejor reemplazarla que repararla. Suerte.
Hasta hace no mucho, me movía entre excentricidades, prejuicios e ideas preconcebidas de “cómo debía ser”. Una checklist que se me ha quedado obsoleta por haber “evolucionado” emocional y personalmente. Ideas limitantes que no nos dejan avanzar y menos disfrutar. Porque si merece la pena, derribas fronteras y lo que sea.
Ahora, me dejo sorprender. 0 expectativas, con cierta dosis de ilusión y miedo bien cerca, pero sin bloquear. Ojalá dure un tiempito. Eso significará que en cierta forma he aprendido a sostener todo lo que conlleva el mostrarse, el verse vulnerable y hasta lanzarse a lo desconocido. Significará que algo dentro de mí he interiorizado. Que no hay culpas ni rechazos, que sencillamente el proceso es así. Un escaparate.
A mí eso, ya me parece una hazaña. Por eso, me celebro, aunque la mayoría de las veces se me olvide.