Dicen que para conseguir algo, tienes que arriesgar, y si no lo consigues, ¿vale la pena arriesgar? Mi ser consciente, diría que sí. Iría con todo, porque no pensaría en el futuro y en la contrapartida emocional de no conseguir lo que te hubiera gustado tener. Es el ser más inconsciente que conozco a pesar de su naturaleza consciente, porque tira con todo y todos, porque arrolla opiniones no pedidas y hace que estés más viva.
Desde hace un tiempo atrás dí alas a mi ser consciente, le di más libertad y presencia en mi día a día, le confié todos mis miedos y pensamientos futuros para que me arrastrase al presente más efímero y puro que haya podido imaginar. Y viví intensamente. Viví sin saber que pasaría mañana, cómo gestionaría el futuro más inmediato, pero con la certeza firme de saber que ahí es donde quería estar. Y no me puedo quejar; porque me ha traído momentos de luz, recuerdos vibrantes y aprendizajes vitales. Arriesgué, y gané en el camino. Arriesgué, sin haberme perdido.
Mi ser incosnciente me acecha últimamente con todas las debilidades que tengo, me perpetua en un pensamiento tóxico del que la mayoría de las veces consigo salir. Y me cuestiona si acaso sigue valiendo la pena arriesgar, aunque sea para caer en la cuenta de que a veces hay que soltar, para quién sabe si, esta vez sí, ganar.
Ójala todos arriesgásemos. A sabiendas de no conseguirlo. Con alta dosis de miedo e inconsciencia. Pero con la determinación y esperanza de que si existe una mínima posibilidad de ganar, lo haremos; con la certeza de que lo mejor que te puede pasar es que lo consigas y lo peor, es que disfrutes del camino. Entonces, si a pesar de todo, tu ser consciente sigue contigo, y no te dejas arrastrar por el remolino de tristeza, aprenderás que nada fué por casualidad y que todo, en el fondo, estaba de pasar. Entonces, vale la pena arriesgar.