Esto es lo que hay, si quieres lo tomas y si no lo dejas. Eso sí, si decides dejarlo prepárate a tener pequeñas dosis de sufrimiento inicial que se podrán multiplicar o no según vayas cumpliendo tus objetivos. ¿Todavía no sabes de lo que estoy hablando? Se llama cambio. Esa palabra inofensiva y fácil de pronunciar que sin embargo comprende multitud de connotaciones. Las mismas que podemos sacar a cada una de las situaciones que se nos van presentando a lo largo de nuestro día a día. “Sí, estoy bien, me gusta…Pero, quizás necesite aprender algo más…” “La casa es muy bonita, muy luminosa, con terracita…Pero, el barrio no me entusiasma” “Me encantaría apuntarme contigo, es genial…Pero, creo que no aguantaré mucho”. Los cambios conllevan un porcentaje alto de riesgo tanto bueno como malo.
A simple vista la palabra cambio lleva una acción no muy complicada de ejecutar, a simple vista todo parece más sencillo. La dificultad está cuando somos nosotros los que nos encontramos en primera línea de salida, listos para empezar “nuestro cambio”, ya sea laboral, vital, emocional, personal… Es entonces cuando después de un proceso de calentamiento conversacional con amigos, conocidos y demás personas estamos preparados para empezar a correr cuesta arriba, sin frenos y descifrando los primeros impulsos del corazón que al fin y al cabo son los más certeros.
Y después de un largo proceso (a veces tortuoso) cuando llegamos a la meta, cuando ya hemos conseguido realizar ese cambio, por muy pequeño que sea, cuando estamos allí, emocionados, exhaustos, hiperactivos…Nos empieza invadir una sensación de miedo infundado a lo próximo que vendrá con ese cambio, y ese… ¿“Habré hecho bien en CAMBIAR”? Créeme, sí.