No es que no me guste la Navidad. Es que no me gusta el “tener que” “hacer que” y felicitar a todo el mundo solo porque es Navidad. Desde hace algún tiempo, limito las cenas de Navidad con personas que realmente quiero estar. Las mismas que están el resto del año y que un domingo random te llaman para quedar. Esas.
El 31 tiene cierto toque de melancolía. Yo soy del team de “enero es un nuevo comienzo”. Aunque sin pretensiones de propósitos, expectativas y cheklist, es más, un transitar un mes de “comienzos de todo” aunque para mí es más un punto y seguido. Eso da menos miedo que las determinaciones de “hoy empiezo”.
Sin embargo, siempre me debí al día de Reyes. Supongo que hay una extraña emoción entre ilusión y alegría tonta de regalar. Nunca es suficiente y así me pasa, que todo lo justifico con “se lo merece”.
Supongo que, junto con el cumpleaños, es el día en el que de alguna forma conectas con tu esencia, con la niña/o que habita en ti y que a veces solo nos acordamos cuando hay ilusión alrededor.
Ese es el día. Más allá de las creencias y religiones, las Navidades se han convertido en un sprint por hacer todo “antes de”. Y yo, que a veces soy de postergar lo que más pereza me da, cada vez menos, me veo “obligada” a sonreír a quien no debo.
El resto, sobrevivo, siempre con dignidad. Trabajar un 24 no es lo que hubiese imaginado, pero entonces me acuerdo de ese break que tenemos por convenio y que nunca hago uso. Un 24 de diciembre siempre es un buen día para recordarte que toda sombra tiene su luz. Y hoy más que nunca el 24 brilla más.
Pues como la Navidad.









